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martes, 20 de noviembre de 2012

Una experiencia (des) manicomializadora

19 estudiantes de psicología viajamos al hospital Borda para trabajar en los talleres: Pan del Borda, FAB, Cooperanza y La Colifata ¿Nuestro objetivo?,  nutrirnos de nuevas experiencias y acompañar las luchas de l@s  companer@s.

Llegamos muy temprano el viernes, bajamos del 45, colectivo que nos recomendaron los diarieros de San Telmo y cruzamos el primer portón del hospital. El edificio era imponente, gigante, estábamos parad@s frente a una estructura inmensa, la cual nos dejaba pequeñitos a su lado. Momentos después un guardia comenzó a hablarnos: no podíamos tomar fotos (¡aunque fuese un hospital público!) Fue allí donde comenzamos a vivir toda esta experiencia, increíble por cierto.

Buscamos el portón y la calle por la cual debíamos entrar y a medida que nos adentrábamos al hospicio las sensaciones me iban invadiendo. Eran las 8:30 de la mañana del viernes y me encontraba en el hospital Borda, estaba ansiosa, quería empezar a trabajar, quería conocer los talleres y los talleristas, cómo trabajaban, por qué...Pero al mismo tiempo muchas sensaciones generaban en mí aquellos árboles gigantes de la entrada, internos que nos saludaban, otros estaban solos, los enfermeros iban y venían con sus guantes de látex y sus barbijos, algunos.

Una suave me traía el perfume verde de la primavera y de pronto una voz: ¡Hola!, ¿de dónde son? y segundos después más saludos alegres de bienvenida con sus respectivos  y cálidos gestos. Me preguntaba qué sentían, cómo se sentían.

Teníamos que esperar a los compañeros de Pan del Borda, estaba ansiosa por empezar a trabajar, pero hasta que llegasen los talleristas, íbamos a conocer un poco el hospital, quería llenarme de esas energías combativas que tienen los nuevos para arrancar mi día, hasta que nos cortaron las piernas: dos guardias nos dijeron que dejemos de recorrer el hospicio porque "es peligroso", argumentó que los internos aún no estaban medicados y que por eso no podíamos recorrer el lugar. De repente nos encontrábamos custodiados por los guardias y en su intento de protegernos dejaba en claro que no querían que veamos la realidad que viven (o padecen) los compañeros internados.

Al rato comenzamos a trabajar en los diferentes talleres, en donde todos mis sentimientos dijeron presente, en donde me encontré nuevamente con mis ganas de seguir luchando, con personas increíbles que me hicieron entender que otra realidad es posible, que el cambio social se puede lograr y que en este camino no estamos solos.

Georgina Florentino



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